AGUSTÍN VACA RUIZ
Un día de octubre de 2010, los amantes de la buena literatura y del compromiso que deben tener los escritores para consigo mismo, nos despertamos con la grata noticia que la Academia Sueca de la Lengua había otorgado el Premio Nobel de Literatura a Mario Vargas Llosa (Arequipa, Perú, 1936). Noticia que la esperábamos desde hace varios años y que en muchos momentos llegamos a creer que no se haría realidad por razones similares a las que primaron, en todo momento, para negarle este galardón a quien fuera uno de los más grandes exponentes de la literatura universal en el siglo XX: Jorge Luis Borges; esto es por razones políticas.
En el momento en que Vargas Llosa fue galardonado con el Premio Nobel de Literatura tenía 74 años, su obra era reconocida en todo el mundo y había recibido múltiples reconocimientos, desde aquel ya distante año de 1962 en que obtuvo el Premio Biblioteca Breve por La ciudad y los perros ; posteriormente, el Premio Nacional de Novela del Perú por La Casa verde en 1967, obra que el mismo año fue galardonada con el Premio Rómulo Gallegos; el Príncipe de Asturias de las Letras en 1986; el Planeta en 1993 por Lituma en los Andes; en 1994 el Cervantes, el más importante en lengua española; y, el Premio Internacional Menéndez Pelayo en 1999, por citar únicamente algunos. Al mismo tiempo, las más reputadas universidades del mundo, tales como: Yale, Harvard, Oxford y la Sorbona, lo habían otorgado doctorados honoris causa.
La síntesis de los fundamentos de la Academia Sueca de la Lengua para este reconocimiento fue la siguiente: “por su cartografía de las estructuras de poder y de sus imágenes mordaces de la resistencia del individuo, la rebelión y la derrota”. Fundamentación que tiene un gran sustento como lo explicaremos posteriormente, no sin antes citar los razonamientos de la Academia en los casos de otros latinoamericanos que obtuvieron una distinción similar:
(1) Octavio Paz (1990): Por “la apasionada escritura de amplios horizontes, caracterizada por la inteligencia sensorial y la integridad humanística”. (Ministerio de Educación del Ecuador. “Nuestros Nobel” 2010 p.p. 11, 15, 32, 44, 54, 7
Como se puede apreciar en la lectura de estas fundamentaciones, hay en la mayoría de los casos una relación directa de causalidad entre América Latina y su obra, no así en los de Paz y Vargas Llosa, cuyo contexto es más universal, a pesar de que los libros de este último, fundamentalmente en lo que a novelas se refiere, están íntimamente vinculados con su país: Perú.
La Academia destaca en su veredicto que en la obra de Vargas Llosa está presente el poder y más concretamente “las cartografía de las estructuras de poder”, en otras palabras, podríamos decir que el escritor ha trazado en su obra mapas del mismo, lo que se nota claramente en varios de sus libros y desde sus inicios como escritor, tal son los casos de - por citar únicamente los más conocidos de su novelística dentro de esta temática, publicados antes de la concesión del Nobel de Literatura - : La ciudad y los perros (1963), en la que formula duras críticas en torno a la instrucción en los colegios militares y todo lo que esta trae como consecuencia; Conversación en la Catedral (1969), que gira en torno a la dictadura de Manuel Odría, que gobernó en el Perú durante los años 1948 a 1956; La Guerra del Fin del Mundo (1981), que trata sobre una insurrección popular de tipo religioso ocurrida en el noreste del Brasil a fines del siglo XIX, reprimida en forma brutal por el gobierno; La Historia de Mayta (1984), en la que “cuenta la vida de un viejo revolucionario que fracasó en su intento de lanzar una insurrección armada”, basada en hechos reales que ocurrieron en el Perú en 1962; La fiesta del Chivo (2000), que trata sobre la dictadura de Rafael Leónidas Trujillo, una de las más sangrientas de América Latina, quien gobernó, de forma directa o indirecta, en República Dominicana durante 31 años (1930 – 1961); novela que debería ser leída de la mano con el libro “Memorias de un cortesano”, escrita por Joaquín Balaguer, siete veces presidente del citado país caribeño. A estos libros se debe agregar, ya en el campo de memorias: El pez en el agua (1993), que abarca tanto su infancia y juventud, como su campaña por la presidencia del Perú, y que uno puede leerlo de forma “masoquista”, esto es siguiendo el orden de cada uno de los capítulos, o primero los impares y luego los pares; recomendamos esta segunda alternativa.
Cartografías del poder que continuaron siendo dibujadas luego de la obtención del Nobel, especialmente sus novelas “El sueño del celta” (2010) y “Tiempos recios (2019). La primera que relata la historia del irlandés Roger Casement, quién fue uno de los primeros europeos en denunciar los horrores del colonialismo en África; y, la segunda, que es una dura crítica a la intervención de los Estados Unidos en Centro América, fundamentalmente en Guatemala, en la década de los cincuenta, y que en algunos pasajes e inclusive personajes está conectada con “La fiesta del chivo”.
Es necesario también tener presente que el poder y la política han sido una constante en la vida del escritor, al mismo tiempo que causa de múltiples satisfacciones y sinsabores, tal vez el más importante la derrota en las elecciones presidenciales del Perú en 1990, a manos de Alberto Fujimori, luego de la cual retornó a la que siempre fue su mayor pasión, la literatura, sin que ello haya significado dejar de lado el tratamiento de temas políticos, que están presentes especialmente en sus artículos periodísticos, los mismos que, como
él lo reconoce, constituyen “una forma de mantener siempre un pie en el mundo real, y por eso lo sigo practicando. Es mi manera de no separarme de esa realidad objetiva, compartida, cotidiana.” (Mario Vargas Llosa Conversación en Princeton con Rubén Gallo 2017 p. 53)
Por esas “casualidades” de la vida - de las que en lo personal no somos creyentes porque la misma vida nos ha enseñado que siempre suele haber relaciones de causa a efecto, en otras palabras, relaciones de causalidad - la noticia de que se le había otorgado el Premio Nobel de Literatura la recibe Vargas Llosa precisamente en la misma época en que se encontraba dictando un seminario sobre los ensayos de Borges en la Universidad de Princeton. Al parecer la burlona historia quiso recordarles a los académicos suecos de la deuda pendiente y nunca cancelada que tuvieron con Borges y la literatura universal, en especial la argentina; además, para aquella época ya había fallecido el eterno y tenaz opositor a que se le conceda el Premio Nobel de Literatura a Borges: Arthur Lundskvit, quien, por una parte, declaraba al escritor y periodista Christian Kupchick que “no tenía ningún interés por ingresar a la Academia” y que “al pensar en la influencia que podía tener, se me ocurrió que podía ser importante para presentar mis candidatos. Así que entré con una misión. Darle el Nobel a Neruda. Eso fue obra mía” (Christian Kupchik El Nobel y los desconocidos de siempre); y, por otra, con el mayor desparpajo, manifestaba, al también escritor y destacado miembro del partido comunista de Chile Volodia Teitelboim: “Soy y seré un tenaz opositor a la concesión del Premio Nobel de Literatura a Borges por su apoyo a la dictadura de Pinochet, que ha sido usado por la propaganda de la tiranía para intentar una operación cosmética.” (Volodia Tetelboim. “Los dos Borges”. 1998 p. 228)
Expresiones como las de Lundskvit son, desafortunadamente, más comunes de lo que uno pudiera pensar y reflejan el doble rasero con que juzgamos a las dictaduras, en buenas o malas, según nuestras concepciones ideológicas. Al parecer Arthur Lundskvit se olvida o prefiere no recordar que Pablo Neruda fue admirador de uno de los más grandes dictadores y criminales de la historia de la humanidad: Josef Stalin, y que esta admiración llegó al extremo de dedicarle, luego de su muerte, unos versos titulados Oda a Stalin, en la que resaltaba “su sencillez y su sabiduría, / su estructura / de bondadoso pan y de acero inflexible
/ nos ayuda a ser hombre cada día / cada día nos ayuda a ser hombres./ ¡Ser hombres! / Es esta / la ley staliniana (…) / Y allí velamos juntos un poeta, / un pescador y el mar / al Capitán lejano que al entrar en la muerte / dejó a todos los pueblos, como herencia, su vida” (Pablo Neruda. Oda a Stalin.)
Doble rasero en el que no ha incurrido Mario Vargas Llosa, que ha criticado por igual a dictadores de izquierda o de derecha, como lo puede uno comprobar simplemente leyendo parte del índice de su libro “Sables y utopías. Visiones de América Latina”, que recoge una selección de ensayos y artículos sobre temas vinculados con la política y la literatura. En los dos primeros capítulos titulados “La peste del totalitarismo” y “Auge y declive de las revoluciones”, encontramos críticas a los generales Juan Velasco Alvarado, Jorge Rafael Videla y Augusto Pinochet, a Somoza, a Fidel Castro, al PRI, a los sandinistas, a las FARC, entre otras. Este verticalismo y claridad en sus opiniones, ha sido causa de serios problemas e innumerables ataques a lo largo de su vida, cumpliéndose de esta
manera lo que el propio Neruda lo había profetizado cuando le contó sobre uno de ellos:
Mira, tú estás empezando a ser famoso. Entonces quiero que sepas lo que te espera: cuanto más famoso seas, más ataques de estos vas a recibir. Por cada elogio, vas a recibir dos o tres insultos de estos. Yo tengo un baúl en el que guardo todos los insultos, todas las infamias y todas las vilezas que se le pueden atribuir a un hombre (…). Si llegas a ser muy famoso, tendrás que pasar exactamente por una experiencia parecida. (Ricardo A. Setti. “Dialogo con Vargas Llosa”. 1988 p. 23)
Las críticas en contra de Vargas Llosa son amplias y diversas, pero hay una que nos ha llamado la atención por cuanto parte del análisis de uno de los pasajes más hermosos e íntimos de la brillante conferencia que pronunció en Estocolmo el 07 de diciembre de 2010, con ocasión del Premio Nobel de Literatura, titulada “Elogio de la lectura y la ficción”; pasaje en el que se refería a su esposa Patricia Llosa y que al leerlo se le quebró la voz. Decía el escritor:
El Perú es Patricia, la prima de naricita respingada y carácter indomable con la que tuve la fortuna de casarme hace 45 años y que todavía soporta las manías, neurosis y rabietas que me ayudan a escribir. Sin ella mi vida se hubiera disuelto hace tiempo en un torbellino caótico y no hubieran nacido Álvaro, Gonzalo y Morgana ni los seis nietos que nos prolongan y alegran la existencia. Ella hace todo y todo lo hace bien. Resuelve los problemas, administra la economía, pone orden en el caos, mantiene a raya a los periodistas y a los intrusos, defiende mi tiempo, decide las citas y los viajes, hace y deshace las maletas y es tan generosa que, hasta cuando cree que me riñe me hace el mejor de los elogios: “Mario, para lo único que tú sirves es para escribir.” (“Nuestros Nobel” p. 83)
Sobre este pasaje el sociólogo peruano y doctor en filosofía por la Universidad de Bremen Julio Roldan, en el prólogo a la cuarta edición de su libro Vargas Llosa. Entre el mito y la realidad, que fue su tesis doctoral, luego señalar que en la citada conferencia Vargas Llosa “arremete con toda razón contra del ‘odioso machismo latinoamericano’” y de transcribir la parte que hemos resaltado en negrilla, la analiza en los siguientes términos:
Hay un viejo adagio, en jurisprudencia, que reza: “A confesión de parte, relevo de pruebas”. Con lo que él dice, su pobre mujer está sentenciada a ser su doméstica. Ella es su empleada que hace el servicio completo. Patricia no tiene tiempo, no tiene espacio, no tiene capacidad, no tiene energía para ilustrarse; menos para valerse por si misma. Su tarea en la vida, en pleno siglo XX, es criar a los hijos, cocinar y atender al marido. Sólo falta saber si va a la iglesia para que la trinidad embrutecedora se cumpla. ¿Qué dirán sus lectoras feministas ante esta declaración de parte?
Vargas Llosa, con su práctica, confirma no sólo el “odiado machismo latinoamericano” sino el peor de los machismos. Su mujer en sí no es nada. Ella tiene un significado en tanto y en cuanto le sirve a él. Sus
desgracias femeninas, sus pocas luces personales, están compensadas, largamente y con creces por la felicidad de su macho. Por la brillantez del escritor. Da la impresión que nuestro personaje sigue pensando que la mujer es una parte y al servicio del hombre. Parece que el mito de Adán y Eva se lo tomó en serio. (Julio Roldán. “Vargas Llosa. Entre el mito y la realidad”. 2012 p. 68)
Frases con las que no concordamos en absoluto y que por respeto tanto a la “prima de naricita respingada”, como a las mujeres en general, sin ningún tipo de distinciones entre feministas o no, dejamos en sus manos el análisis de lo expresado por los dos y que sean ellas las que juzguen tanto el trasfondo de lo manifestado por Vargas Llosa como la objetividad o no de Roldan. Sin embargo, de lo cual, consideramos necesario hacer las siguientes puntualizaciones y reflexiones:
Patricia Llosa Urquidi, prima hermana y esposa de Vargas Llosa no es ni ha sido la “empleada doméstica” a la que pretende minimizar Julio Roldan, por el contrario, es una mujer de carácter y de armas tomar, como lo reconoce el propio escritor en el párrafo final de su novela “La tía Julia y el escribidor, que es la que contiene más elementos autobiográficos, al señalar:
“Cuando llegué a la casa de la tía Olga y del tío Lucho (que de mis cuñados habían pasado a ser mis suegros) me dolía la cabeza, me sentía deprimido y ya anochecía. La prima Patricia me recibió con cara de pocos amigos. Me dijo que era posible que con el cuento de documentarme para mis novelas, yo, a la tía Julia le hubiera metido el dedo a la boca y le hubiera hecho las de Barrabás, pues ella no se atrevía a decirme nada para que no pensara que cometía un crimen de lesa cultura. Pero que a ella le importaba un pito cometer crímenes de lesa cultura, así que, la próxima vez que yo saliera a las ocho de la mañana, con el cuento de ir a la Biblioteca Nacional a leerme los discursos del general Manuel Apolinario Odria y volviera a las ocho de la noche con los ojos colorados, apestando a cerveza y seguramente con manchas de rouge en el pañuelo, ella me rasguñaría o me rompería un plato en la cabeza. La prima Patricia es una muchacha de mucho carácter, muy capaz de hacer lo que me prometía”. (Mario Vargas Llosa. “La tia Julia y el escribidor”. 1983 p. 447).
Párrafo que podría interpretarse como un simple recurso literario, pero que uno de los más importantes biógrafos de Vargas Llosa, el escritor y amigo J.J. Armas Marcelo, se encarga de desmentirlo al manifestar que es “el retrato caracterológico que el novelista MVLL hace de su prima, su reciente esposa, Patricia Llosa”.(J.J. Armas Marcelo. “El vicio de escribir”. 1991 p. 88). Cabe mencionar que la novela “La tia Julia y el escribidor” la dedicó a su primera esposa en los siguientes términos “A Julia Urquidi Illanes, a quién tanto debemos yo y esta novela”; además, posteriormente y debido tanto a la prensa “rosa” como a la telenovela producida en Colombia que se filmó sobre este libro, fue la causa del rompimiento entre ellos y que Julio Urquidi respondiera al escritor con la publicación en 1983 de su libro “Lo que Varguitas no dijo”.
No creo que Julio Roldan opinare en los mismos términos si el que pronunciaba estas frases de reconocimiento a su esposa hubiera sido Gabriel García Márquez y la destinataria Mercedes Bracho, a quién le tocó asumir la economía familiar durante los meses en que “Gabo” encerró a escribir su inmortal “Cien años de soledad” y que siempre fue su soporte vital. Tampoco debemos dejar de reconocer casos de mujeres excepcionales que, en forma total o parcial, sacrificaron sus proyectos de vida para entregarse al de sus esposos, como fue, por ejemplo, el de la poetisa y traductora Zenobia Camprubí (1887 -1956) quien, en gran medida, fue el ancla a tierra de Juan Ramón Jiménez.
Párrafos atrás tildábamos al Elogio de la lectura y la ficción como una brillante conferencia. Fundamentemos esta afirmación. Si uno desea conocer a rasgos generales la vida y la forma de pensar de Vargas Llosa basta con leer esta conferencia que inicia con lo que él considera “la cosa más importante” que le haya pasado en su vida, cuando aprendió “a leer a los cinco años” en Cochabamba (Bolivia). “La lectura – dice – convertía el sueño en vida y la vida en sueño y ponía al alcance del pedacito de hombre que era yo el universo de la literatura”. Recuerda a quienes fueron los maestros que le enseñaron a “escribir historias”, a reanimar las “ideas e imágenes” que “desfallecían”: Flaubert, Faulkner, Martorell, Cervantes, Dickens, Balzac, Tolstoi, Conrad, Thomas Mann, Sartre, Camus, Orwell, Malraux, enfatizando en lo que recibió de cada uno de ellos; por ejemplo, de Camus y Orwell manifiesta que le enseñaron “que una literatura desprovista de moral es inhumana”.
Resalta la importancia de la literatura al señalar que “además de sumirnos en el sueño de la belleza y de la felicidad, nos alerta contra toda forma de opresión, pregúntense - dice – por qué todos los regímenes empeñados en controlar la conducta de los ciudadanos desde la cuna a la tumba la temen tanto que establecen sistemas de censura para reprimirla y vigilan con tanta suspicacia a los escritores independientes. Lo hacen – responde él mismo - porque saben el riesgo que corren dejando que la imaginación discurra, lo sediciosas que se vuelven las ficciones cuando el lector coteja la libertad que las hace posibles y que en ellas se ejerce, con el oscurantismo y el miedo que lo acechan en el mundo real”. (…) La literatura crea una fraternidad dentro de la diversidad humana y eclipsa las fronteras que erigen entre hombres y mujeres la ignorancia, las ideologías, las religiones, los idiomas y la estupidez”.
Recuerda que en sus años de juventud fue marxista y creyó que “el socialismo sería el remedio para la explotación y las injusticias sociales que arreciaban en mi país, América Latina y el resto del Tercer Mundo”. Expresa que su decepción con el “estatismo y el colectivismo” y su “tránsito hacia el demócrata y liberal” (…) “fue difícil y se llevó a cabo despacio y a raíz de episodios, como la conversión de la Revolución Cubana (…) al modelo autoritario y vertical de la Unión Soviética, el testimonio de los disidentes que conseguían escurrirse entre las alambradas del Gulag, la invasión de Checoslovaquia por los Países del Pacto de Varsovia, y gracias a pensadores como Raymond Aron, Jean -François Revel, Isaiah Berlin y Karl Popper, a quienes debo mi revalorización de la cultura democrática”.
Sobre este proceso de decepción es necesario tener presente ciertos hechos fundamentales en la vida de Vargas Llosa que señalaremos a continuación; y, sobre sus maestros del tránsito hacia la democracia, recordemos que años más tarde de la obtención del premio Nobel les dedicó el libro titulado “La llamada de la tribu” (2018), en el que analiza el pensamiento de cada uno de ellos y de otros que también contribuyeron al mismo: Adam Smith, José Ortega y Gasset y Friedrich August von Hayek.
A raíz del triunfo de la Revolución cubana, en enero de 1959, una buena parte de intelectuales de Occidente se entusiasmaron con ella y Vargas Llosa no fue la excepción, con mayor razón si tomamos en cuenta su pasado marxista y militancia durante 1954 en la célula comunista Cahuide. Las razones de este entusiasmo y de su tránsito hacia la democracia fueron explicados por él mismo en el citado libro, en los siguientes términos:
Muchos, como yo, vimos en la gesta fidelista no sólo una aventura heroica y generosa, de luchadores idealistas que querían acabar con una dictadura corrupta como la de Batista, sino también un socialismo no sectario, que permitiría la crítica la diversidad y hasta la disidencia. Eso creíamos muchos y eso hizo que la Revolución cubana tuviera en sus primeros años un respaldo tan grande en el mundo entero. (…).
Mi identificación con la Revolución cubana duró buena parte de los años sesenta, en los que viajé cinco veces a Cuba, como miembro de un Consejo Internacional de Escritores de la Casa de las Américas y a la que defendí con manifiestos, artículos y actos públicos, tanto en Francia, donde vivía, como en América latina, a la que viajaba con cierta frecuencia. (…).
Me fueron apartando del marxismo varias experiencias de finales de los años sesenta: la creación de las UMAP en Cuba, eufemismo que tras la apariencia de Unidades Movilizables de Apoyo a la Producción escondía los campos de concentración donde fueron mezclados contra- revolucionarios, homosexuales y delincuentes comunes. Mi viaje a la URSS en 1968 (…) me dejó un mal sabor de boca. Allí descubrí que, si yo hubiera sido ruso, habría sido en ese país un disidente (es decir un paria) o habría estado pudriéndome en el Gulag. (…).
Mi ruptura con Cuba y, en cierto sentido, con el socialismo, vino a raíz del entonces celebérrimo (ahora casi nadie lo recuerda) caso Padilla. El poeta Heberto Padilla, activo participante en la Revolución cubana – llegó a ser viceministro de Comercio Exterior – comenzó a hacer algunas críticas a la política cultural del régimen en el año 1970. Fue primero atacado con virulencia por la prensa oficial y luego encarcelado, con la acusación disparatada de ser agente de la CIA. Indignados, cinco amigos que lo conocíamos – Juan y Luis Goytisolo, Hans Magnus Enzensberger, José María Castellet y yo – redactamos en mi piso de Barcelona una carta de protesta a la que se adherirían muchos escritores en todo el mundo, como Sartre, Simone de Beauvoir, Susan Sontag, Alberto Moravia, Carlos Fuentes, protestando por aquel atropello. Fidel Casto respondió en persona acusándonos de servir al imperialismo y afirmando que no volveríamos a pisar Cuba por “tiempo indefinido e infinito” (es decir toda la eternidad).
Pese a la campaña de ignominias de que fui objeto a raíz de ese manifiesto, aquello me quitó un gran peso de encima: ya no tendría que estar simulando una adhesión que no sentía con lo que pasaba en Cuba. Sin embargo, romper con el socialismo y revalorizar la democracia me tomó algunos años. Fue un período de incertidumbre y revisión En el que, poco a poco, fui comprendiendo que las “libertades formales” de la supuesta democracia burguesa no eran una mera apariencia detrás de la cual se ocultaba la explotación de los pobre por los ricos, sino la frontera entre los derechos humanos, la libertad de expresión, la diversidad política, y un sistema autoritario y represivo donde, en nombre de la verdad única representada por el partido comunista y sus jerarcas, se podía silenciar toda forma de crítica, imponer consignas dogmáticas y sepultar a los disidentes en campos de concentración e, incluso, desaparecerlos. Con todas sus imperfecciones, que eran muchas, la democracia al menos reemplazaba la arbitrariedad por la ley y permitía elecciones libres y partidos y sindicatos independientes del poder. (Mario Vargas Llosa. “La llamada de la tribu”. 2018. p.p. 13 a 18)
Hagamos una pequeña digresión sobre el “caso Padilla” al que Vargas Llosa con acertado criterio le otorga el calificativo de “celebérrimo”. Este tema fue el que provocó un rompimiento de la intelectualidad occidental de izquierda a nivel internacional; en el caso concreto de los escritores latinoamericanos consignemos el análisis de uno de ellos, José Donoso, que lo vivió en forma personal y directa:
(…) estalló el inaudito caso Padilla, que rompió esa amplia unidad que durante tantos años acogió muchos matices políticos de los intelectuales latinoamericanos, separándolos ahora política, literaria y afectivamente en bandos amargos e irreconciliables. El caso Padilla, con todo su estruendo, puso fin a la unidad que vi aflorar entre los intelectuales latinoamericanos por primera vez cuando el boom apenas se preparaba, allá en aquel Congreso de Intelectuales de la Universidad de Concepción en 1962. (José Donoso. “Historia Personal Del Boom”. 1984. p. 88.
Posiblemente los extremos más opuestos que se dieron alrededor de este caso fueron los de Vargas Llosa y García Márquez, el primero, como ya lo hemos señalado, acercándose hacía posiciones liberales y el segundo a Fidel Castro, lo que también fue para García Márquez causa de múltiples polémicas, entre ellas las cartas públicas y artículos críticos de otro ilustre colombiano: Germán Arciniegas. Sin embargo, en honor a la verdad y en descargo a favor de García Márquez, es preciso destacar que su amistad con Fidel Castro, al igual que su silencio sobre las violaciones a los derechos humanos en la isla, permitieron la liberación de miles de presos políticos, “tres mil doscientos, al parecer”, en palabras de su amigo Plinio Apuleyo Mendoza, igualmente posibilitó la salida de Cuba del propio Heberto Padilla. “De hecho – afirma Plinio – él ha facilitado encuentros y diálogos de Castro con presidentes democráticos de América Latina buscando una apertura.” (Plinio Apuleyo Mendoza. “Gabo. Cartas y recuerdos”. 2013. p. p. 240 – 241).
El “caso Padilla” o para ser más exactos la amistad de Heberto Padilla con el escritor y diplomático chileno Jorge Edwards (1931 – 2023), designado por el gobierno de Salvador Allende para reabrir la embajada de Chile en Cuba, fue una de las causas para que a los muy pocos meses de actuar como encargado de negocios, el gobierno de Cuba lo declare “persona non grata”; triste experiencia que la relató, poco tiempo después, en el más conocido de sus libros, que lleva el mismo título de la mencionada declaratoria, y por el que recibió , tanto en su país como en el exterior, todo tipo de vilipendios de parte de sectores de izquierda. Libro que marcó la vida de Jorge Edwards y merece ser leído con sumo detenimiento, al igual que la novela biográfica “Nuestros años verde oliva” de Roberto Ampuero, otro desencantado de la Revolución cubana, que la vivió y sufrió en carne propia, así como “Dialogo de conversos”, en el que Ampuero y Mauricio Rojas, también disidente chileno, recuerdan su pasado marxista y sus decepciones con este tipo de totalitarismo.
Retomemos la conferencia de Vargas Llosa en el punto en que expresa que a Francia y a su cultura le debe “enseñanzas inolvidables, como que la literatura es tanto una vocación como una disciplina, un trabajo y una terquedad”. Y agrega:
Pero, acaso, lo que más le agradezco a Francia sea el descubrimiento de América Latina. Allí aprendí que el Perú era parte de una vasta comunidad a la que hermanaban la historia, la geografía, la problemática social y política, una cierta manera de ser y la sabrosa lengua en que hablaba y escribía. Y que en esos mismos años producía una literatura novedosa y pujante. Allí leí a Borges, a Octavio Paz, Cortázar, García Márquez, Fuentes, Cabrera Infante, Rulfo, Onetti, Carpentier, Edwards, Donoso y muchos otros, cuyos escritos estaban revolucionando la narrativa en lengua española y gracias a los cuales Europa y buena parte del mundo descubrían que América Latina no era sólo el continente de los golpes de Estado, los caudillos de opereta, los guerrilleros barbudos y las maracas del mambo y el chachachá, sino también ideas, formas artísticas y fantasías literarias que trascendían lo pintoresco y hablaban un lenguaje universal.”
La empatía entre Francia y Vargas Llosa fue siempre muy grande, al extremo que en febrero de 2023, la Academia de la Lengua de ese país lo incorporó como uno de sus miembros; incorporación que trajo como consecuencia algunos hechos inéditos:
Al leer el párrafo de agradecimiento a Francia, uno no puede dejar de lado situaciones personales y recordar que al igual de lo que le pasó a Vargas Llosa, también nosotros descubrimos a América Latina en Europa, concretamente en Madrid de inicios de los ochenta y en el Colegio Mayor Hispanoamericano Nuestra Señora de Guadalupe, microcosmo de nuestros países. La razón de esta situación, creemos que es simple: cuando estamos en América Latina vivimos tratando de encontrar las diferencias o las minucias que nos separan, al alejarnos la miramos desde otra perspectiva y buscamos todo lo que nos une, que siempre será mayor. Allí en Madrid también comprendimos por primera vez la genialidad de la obra maestra de García Márquez, “Cien años de soledad”, que fue la puerta de entrada hacia otros escritores de nuestra América.
Continúa con sus recuerdos Vargas Llosa y, como no podía ser de otra manera, se hace presente su amado Perú:
“Al Perú yo lo llevo en las entrañas, porque en él nací, crecí, me formé, y viví aquellas experiencias de niñez y juventud que modelaron mi personalidad, fraguaron mi vocación, y porque allí amé, odié, gocé, sufrí y soñé”.
Amor que, como él mismo reconoce, no impidió que solicite “sanciones diplomáticas y económicas” en contra del régimen dictatorial de Fujimori, por lo que llegaron a tildarlo de traidor y amenazar con quitarle la ciudadanía, pero proceder de esta manera, como él mismo lo manifestó, fue un acto coherencia a lo que había “hecho siempre con todas las dictaduras de cualquier índole”.
La conquista de América y la situación de los indígenas son temas que siempre despiertan polémicas; Vargas Llosa no los rehúye en la conferencia que comentamos y lo hace en los siguientes términos:
“La conquista de América fue cruel y violenta, como todas las conquistas, desde luego, y debemos criticarla, pero sin olvidar, al hacerlo, que quienes cometieron aquellos despojos y crímenes, fueron, en gran número, nuestros bisabuelos y tatarabuelos, los españoles que fueron a América y allí se acriollaron, no los que se quedaron en su tierra. Aquellas críticas, para ser justas, deben ser una autocrítica. Porque al independizarnos de España, hace doscientos años, quienes asumieron el poder en las antiguas colonias, en vez de redimir al indio y hacerle justicia por los antiguos agravios, siguieron explotándolo con tanta codicia y ferocidad como los conquistadores, y, en algunos países, diezmándolo y exterminándolo. Digámoslo con toda claridad: desde hace dos siglos la emancipación de los indígenas es una responsabilidad exclusivamente nuestra y la hemos incumplido. Ella sigue siendo una asignatura pendiente en toda América Latina. No hay una sola excepción a este oprobio y vergüenza.”
Palabras que las hacemos nuestras en toda su integridad y a las que habría que agregar que, en igual forma como debemos asumir la carga en los aspectos negativos de la conquista, también debemos recordarles, a los que se quedaron en España, que la grandeza del imperio español es fruto de esos mismos antepasados nuestros que migraron a estos lares en busca de oportunidades que les eran negadas en su propio país.
Reconoce también Vargas Llosa la deuda y el agradecimiento para con España, y recuerda “con fulgor” los cinco años que pasó en su “querida Barcelona a comienzos de los años setenta”, cuando esa ciudad era la “capital cultural de América Latina, por la cantidad de pintores, escritores, editores y artistas procedentes de los países latinoamericanos que allí se instalaron, o iban y venían a Barcelona, porque era donde había que estar si uno quería ser un poeta, novelista, pintor o compositor de nuestro tiempo.”
En la Barcelona de esos años confluyeron, entre otros, los dos más importantes exponentes del “boom” literario latinoamericano, futuros premios Nobel de Literatura y grandes amigos: Gabriel García Márquez y Mario Vargas Losa; amistad que terminó para siempre un 12 de febrero de 1976 en ciudad de México, en el estreno de la película “Odisea en los Andes”, con el célebre puñetazo del peruano al colombiano, tema sobre el que, en una especie de pacto de caballeros, ninguno de los dos ha querido revelar las razones del impasse y como lo ha dicho el propio Vargas Llosa: “García Márquez y yo estamos en desacuerdo en muchas cosas pero en lo que estamos de acuerdo es que ese tema se lo dejamos a los biógrafos.”. Esta amistad también trajo como resultado lo que por aquellos años constituyó el más importante análisis de la obra de García Márquez, desde los primeros cuentos hasta “Cien años de soledad”, el ensayo titulado “García Márquez: historia de un deicidio”, que fue a su vez la tesis de Mario Vargas Llosa para la obtención del doctorado en Filosofía y Letras en la Universidad Complutense de Madrid “con la calificación de sobresaliente cum laude tras su presentación el 25 de junio de 1971”. Ensayo publicado por Barral Editores el mismo año y que se convirtió en una joya bibliográfica casi imposible de encontrar en las librerías, porque su autor se resistió siempre a que se haga una nueva edición, hasta que cincuenta años después, esto es en 2021, fue publicado, bajo el sello de Alfaguara, por el Grupo Editorial Penguin Random House.
Y si hablamos de Barcelona y del “boom”, no nos resistimos a dar dos recomendaciones bibliográficas, que estamos seguros harán las delicias de los lectores y contribuirán al conocimiento de un período tan especial y rico en la literatura universal, así como de la mencionada ciudad y de las personas que formaron el entorno del mismo:
El pacto de amistad entre España y Vargas Llosa se fue sellando de muchas maneras a lo largo de los años, es así como en 1993, cuando el escritor corría el riesgo de convertirse en apátrida, el gobierno socialista presidido por Felipe González le otorgó la nacionalidad española; un año más tarde la Real Academia
Española de la Lengua lo incorporó como académico de número; y, en el 2011, el rey Juan Carlos le confirió el título nobiliario de marqués de Vargas Llosa, por su “extraordinaria contribución…a la Literatura y a Lengua española”.
En “El elogio de la lectura y la ficción”, Vargas Llosa expresó igualmente su rechazo a toda forma de nacionalismo, al que calificó, junto con la religión, de “la causa de las peores carnicerías de la historia, como la de las dos guerras mundiales y la sangría actual del Medio Oriente”.
Rememora también Vargas Llosa el momento en que a los once años conoció a su padre, del que siempre le habían dicho que había muerto, y cambió su vida. “Perdí – dice – la inocencia y descubrí la soledad, la vida adulta y el miedo. Mi salvación fue leer, leer los buenos libros, refugiarme en esos mundos donde vivir era exultante, intenso, una aventura tras otra, donde podía sentirme libre y volvía a ser feliz. Y fue escribir, a escondidas, como quien se entrega a un vicio inconfesable, a una pasión prohibida. La literatura dejó de ser un juego. Se volvió una manera de resistir la adversidad, de protestar, de rebelarme, de escapar a lo intolerable. Mi razón de vivir. Desde entonces y hasta ahora, en todas las circunstancias en que me he sentido abatido o golpeado, a orillas de la desesperación, entregarme a cuerpo y alma a mi trabajo e fabulador ha sido la luz que señala la salida del túnel, la tabla de salvación que lleva al naufrago a la playa.”
Cuanta verdad hay en las palabras de Vargas Llosa sobre la labor terapéutica de la lectura y de escritura, la primera trasportándonos a nuevos espacios y épocas, la segunda como fuente de vida en la que uno puede sostenerse, reafirmarse y también desahogarse. Muchos podemos dar fe de los efectos curativos de la lectura y de la escritura, sin necesidad de ser escritores profesionales ni tener sus geniales cualidades, sino simplemente desde nuestras propias vivencias.
Termina su disertación Vargas Llosa con la afirmación que “la literatura introduce en nuestros espíritus la inconformidad y la rebeldía, que están detrás de todas las hazañas que han contribuido a disminuir la violencia en las relaciones humanas. A disminuir la violencia, no a acabar con ella. Porque la nuestra será siempre, por fortuna, una historia inconclusa. Por eso tenemos que seguir soñando, leyendo y escribiendo, la más eficaz manera que hayamos encontrado de aliviar nuestra condición perecedera, de derrotar a la carcoma del tiempo y de convertir lo posible en imposible”.
Sigamos sus sabios consejos en la seguridad que los mismos contribuirán a nuestro enriquecimiento como seres humanos.
En el 2015, la Universidad de Princeton, que en la década de los noventa había adquirido el archivo de Vargas Llosa, organizó un curso sobre literatura y política que fue impartido por el escritor, juntamente con Rubén Gallo, Director del Programa de Estudios Latinoamericanos, que se centró en el estudio de esta temática a través de conversaciones sobre cinco de sus obras: Conversación en
la Catedral, Historia de Mayta, ¿Quién mató a Palomino Molero?, El pez en el agua y La fiesta del Chivo. Como resultado de este curso, Rubén Gallo editó dos años después un libro titulado “Mario Vargas Llosa Conversación en Princeton con Rubén Gallo”, imprescindible para comprender lo entresijos de cada uno de ellos, conocer un poco más sobre la vida y obra del escritor, al igual que sobre su otra pasión, además de la literatura: la política.
BIBLIOGRAFÍA